Breve Biografía inútil

Arístides H. Consomé, nació circa ppios del inicio del siglo XX en pleno estío de alguna zona incierta del país. De niño cultivó el arte de la oratoria y algunos porotos en germinadores escolares. Joven aún, partió a la ansiada Metrópolis en busca de estudios superiores y minas. Accedió a los más altos niveles universitarios, sobre todo cuando sesteaba en la terraza del Rectorado.




Con entrega y otros condiscípulos, recibió finalmente la Licenciatura en Recursos de los Humanos en 1962, logro que festejó en la ciudad de La Plata conjuntamente con los hinchas de Gimnasia y Esgrima que habían obtenido el tercer puesto en el campeonato Oficial de Fútbol de Primera A.




La cátedra, la investigación, la palestra, la imprenta y el debate no lo tuvieron como actor destacado y enérgico. Su voz, nunca tan necesaria en la hora argentina de la desesperanza y el desasosiego, tiene hoy particular brillo, ritmo y esplendor si no por su verdad al menos por su apariencia,




Estas son algunas de las reflexiones y enseñanzas que el Licenciado ofrece a los desafortunados lectores

miércoles, 13 de octubre de 2010

Instrucciones sistémicas para redactar monografías

En una oportunidad, se le requirió al Licenciado Arístides Consomé que orientara  sobre el arte de redactar trabajos académicos, a los lectores de la publicación donde colaboraba, habida cuenta de la alta frecuencia que tenía entre jóvenes estudiantes,



El señor director de este extraordinario medio periodístico ha decidido iniciar unos estudios de archivología y disecación de insectos curiosos, dando libre juego a sus ansias epistemológicas. Y como allí aparecieron los catedráticos a exigir sus tareas, he decidido colaborar con todos aquellos sacrificados estudiosos que no pueden encontrar en Internet su monografía y se ven obligados a redactarlos por sí mismos. Va aquí pues mi
Pentálogo para escribir la más mejor monografía:
1º) Cita, cita, cita que algo quedará.
Fiel a lo que decía nuestro amigo y condiscípulo Goebbels la mejor manera de demostrar sapiencia y conocimiento es repetir lo que otros dijeron. Cuanto más ñatos se citen mayor será la aureola del saber que flotará sobre nuestras cabezas. Es importantísimo fijarse qué palabra más o menos importante hay en la cita para conectarla con nuestra redacción, donde deberemos tener el cuidado de haberlo incluida primero; así, todo quedará como de gran y perfecta cohesión. Por ejemplo:
“…en estos casos hay niños que comen tierra. «Otra preocupación de la persona autosuficiente debería ser la actitud correcta hacia la tierra. Si alguna vez se…»etc. etc., y luego la mención de título y autor: John Seymour, La vida en el campo, Barcelona, 1991. ¡Queda divino! ¡Qué no! Miren esta otra:
“… y así se llega adonde la calle topa. «En 1898, en efecto, los Curie toparon con un problema de orden práctico: el polonio y el radio que querían extraer de la pechblenda figuraban en este mineral en cantidades infinitesimales. Para obtener concentraciones…» etc. etc.  Y luego le metemos la fuente Soraya Boudia, El laboratorio Curie. En el corazón de una red de competencias. Mundo Científico. Barcelona: RBA Revistas, octubre, 1997. ¡Bárbaro! ¿Quién se va a poner a buscar a la tal Soraya?
2º) Si no hay autor, se inventa.
Cuando la búsqueda de la cita se torna ciertamente dificultosa, sobre todo porque no tenemos dónde encontrarla, o porque el sistema de palabras claves se complica, se puede recurrir a una estratagema muy creativa como lo es inventar un autor y su título emergentre, además de —por supuesto— la cita magistral. Fíjense qué hálito de gravedad científica surgen de estas fuentes apócrifas:
Van Gotzerman, Konrad (1889) De las perniciosas salamandras tropicales, Götingenn, Kraft Edithor.
Cattalonga, Uguizello (1938) ¿Nessuna questione filosófica?, Vía Abruzzencci, Editoriale Palermo Coloso del Gole.
Jahíro Tetokka (2001) Cibernética y electrónica, New Tokyo, Editorial La Tintoreria.
En aplicación directa, la cosa podría salir así:
“Nuestro punto de partida comparte el marco teórico de Kranz Vernigerneterder cuando en su Üdersincher sturmenig und Becken Bauer vonderchukrutzinn (Göttingen, 1932) sostiene que …bla bla….” ¡¡Y listo el pollo!!... ¿o alguien se cree que con los nulos tiempos libres y las corridas de acá para allá de los profesores lectores de monografías habrá quien trate de encontrar a tal Kranz? ¡¡Ni googleando!!
)     Un buen subtitulo suprime todo defecto.
El único lugar donde hay que ingeniárselas hasta el mango es en los subtítulos adentro de cada capítulo. Si se logró la frase enigmática, picante, carismática, lo que prosiga puede ser un bodrio porque el ánimo del lector ya se ha ganado. Ni se les ocurra poner frases serias o científicas, ¡ni locos! Eso ha caído en decadencia…
Acá lo que hay que escribir son oraciones que dejen al lector medio desorientado, medio entusiasmado. Por ejemplo, el título ¿El Gral. Belgrano salía de putas? en un trabajo sobre la vida cotidiana en la época de Mayo, describe, encuadra, ubica y satisface toda duda posterior, y por respeto nadie se animaría a leer semejante apartado sin por ello negarle veracidad historiográfica; o bien, la frase Espigueo hermenéutico entre los enunciados plurivocales de los palíndromos finiseculares te saca las ganas de seguir leyendo, pero ¿quién se va a  animar a discutirla?
Como se observa habrá que desarrollar un fino equilibrio entre la vulgarización o la exquisitación de la frase buscada, para lograr el objetivo anhelado: que el corrector de la monografía entre en estado semi-catatónico por el efecto fraseológico.
Otro caso. Si el área es de las Ciencias Naturales, un apartado que diga Análisis de la palingenesia cromosomática en la poliploidía supone que los que se ha escrito a continuación es digno del Premio Nobel pertinente y por ende nadie se va a poner a dudar si estamos en lo cierto o no.
4ª) Es imprescindible la autorreferencia.
No hay que ser gil y hay que citarse como si las boludeces que uno ha estado diciendo por ahí fuesen una verdad más grande que la pirámide de Keops. Cualquier aserto es bueno, caen muy bien afirmaciones leves del tipo “en este caso es mucho más conveniente interpretarlo de esta forma como hemos dicho oportunamente (véase Fulano de tal —poner el apellido propio— ,2001 —año presunto de la obra—)”. Veamos, si el autor de la monografía se llama Carlitos –por ejemplo- cada tanto debería insertar frases así: “el círculo es redondo, como ya se ha confirmado (Carlitos, 1998)…”; “...pero el caracol posee una velocidad de avance que la ciencia ya ha establecido (véase Carlitos, 2002) y…”, etc., etc…
Luego, en la sección de Bibliografía, habrá que incluirse como uno más entre los célebres, generando ese conocido efecto de ser yo pero aparentando ser él. Funcionarios políticos, personalidades del deporte, estrellas del cine y la TV suelen caer en este dispositivo y hablan de sí mismos como si estuvieran refiriéndose a otro, lo cual puede dar cierto toque peculiar a los discursos, pero no pueden esconder la génesis de la esquizofrenia.
5º) La informática es nuestro Edipo y hay que gozarla.
Ni se le ocurra presentar el trabajo a mano, por más linda letra que tenga, ni mucho menos escribirlo a máquina, ese testimonio de la era mecánica ya finiquitada.
Aproveche las ventajas de la cibernética, la computación y Bill Gates: su PC le va a armar el diseño, el índice, la lista bibliográfica, los capítulos y subcapítulos, los títulos y subtítulos, los números de página, las imágenes, los gráficos, los epígrafes, las firmas, la impresión, los formatos... ¡¿Qué más queremos?! 
A lo sumo, si se puede, póngale alguna ideíta suya… y tendremos resuelto el problema.