Breve Biografía inútil

Arístides H. Consomé, nació circa ppios del inicio del siglo XX en pleno estío de alguna zona incierta del país. De niño cultivó el arte de la oratoria y algunos porotos en germinadores escolares. Joven aún, partió a la ansiada Metrópolis en busca de estudios superiores y minas. Accedió a los más altos niveles universitarios, sobre todo cuando sesteaba en la terraza del Rectorado.




Con entrega y otros condiscípulos, recibió finalmente la Licenciatura en Recursos de los Humanos en 1962, logro que festejó en la ciudad de La Plata conjuntamente con los hinchas de Gimnasia y Esgrima que habían obtenido el tercer puesto en el campeonato Oficial de Fútbol de Primera A.




La cátedra, la investigación, la palestra, la imprenta y el debate no lo tuvieron como actor destacado y enérgico. Su voz, nunca tan necesaria en la hora argentina de la desesperanza y el desasosiego, tiene hoy particular brillo, ritmo y esplendor si no por su verdad al menos por su apariencia,




Estas son algunas de las reflexiones y enseñanzas que el Licenciado ofrece a los desafortunados lectores

martes, 22 de marzo de 2011

Carta a Borges

Entre los ejemplares del epistolario del Licenciado Arístides Consomé existe una carta ológrafa de cuya fecha no existe información, pero que —inspirándonos en su contenido— no resulta difícil ubicar entre la segunda y tercer década del siglo XX. Lo notable de la pieza reside en su interlocutor: casi no quedan dudas de que estuvo destinada a Jorge Luis Borges en plena juventud.
Además, los aportes del filólogo Moisés Ikonicoff y de la paleógrafa Margaret Funkie Thatcher señalaron con fuerte valor de verdad la apropiación por parte de Borges de formas y contenidos para su propio coleto. No se conoce el desarrollo ulterior de este diálogo por correo, pero sí quedó confirmada la concreción del encuentro que se menciona en el final.

ESTIMADO AMIGO GEORGY:

Espero que al recibo de ésta te encuentres bien de salud, yo por aquí bien.
Habiéndome anoticiado de tu estadía en la casaquinta de Adrogué te quise enviar esta salutación fraterna desde los campos cercanos de Ministro Rivadavia, adonde veraneo en la estancia de nuestro común amigo Emilio Bernasconi, a quien recordarás seguramente de aquel paseo por los fundos  de tu tío Álvaro Melián —en la República del Uruguay—.  ¡Qué épocas aquéllas! ¡Qué manera de cebar mate tus tías y qué gracejo estilizado el de tus primas…!
Hoy como en aquella oportunidad estoy aquí, en medio de la pampa húmeda, un tanto refugiado de tanto atroz frenesí del mundo social y político que nos ahoga. ¡Demasiado agitamiento para una actividad que como la nuestra requiere de la pacífica calma y del silencio envolvente! Ese zumbido protestón y rebelde que invade nuestros espacios cotidianos, promovido por esta horda amorfa que vocifera a voz en cuello, me retumba en la caja craneana, cerca del occipital. Muchos de ésos no son más que imberbes que no han sentido el escarmiento de la ley y la justicia, y que siguen —según pude entrever— a un enigmático líder, asaltante de comisarías, identificados por arrugadas y viejas boinas blancas.
Por suerte, aquí reina la paz y el campo me invade con sus efluvios naturales y frescos. La casa está prácticamente sola, a mi disposición, y el trato que recibo por parte del mayordomo y el ama de llaves no podría ser mejor ni más completo. Afortunadamente no ha llegado aquí ese retintín de socialismos anárquicos o cosas herejes, y la peonada muestra a diario su obediencia y sumisión. ¡Nada que ver con los reclamos y las exigencias de esas desaforadas masas callejeras, que ponen en riesgo nuestra integridad y patrimonio! ¡Esta gentuza es tan insolente que se han autodenominado radicales! ¿Puedes creerlo, Georgy? He hablado con más de uno en varias oportunidades, intentando indagar el porqué de su actitud antisocial, y nada he podido concluir. Algunos no parecen malas personas, pero de todos modos están allí mezclados en esa turba vibradora. He llegado a una conclusión: ¡los radicales no son ni buenos ni malos, son incorregibles! No puedo colegir otra cosa.
Si te animas, Georgy, puedes venirte en el tílburi hasta el cruce con la calle larga donde he descubierto una de esas viejas pulperías que tanto nos atrae. Allí podríamos departir mientras saboreamos una de esas bebidas que ingiere el populacho (caña, ginebra, aguardiente…) y de paso analizamos esas extrañas psicologías. El lugar no es tan desagradable, el dueño —un vasco muy cerrado— la ha pintado hace poco siguiendo el ejemplo de la casa de gobierno. Eso sí, deberíamos ir disimuladamente armados pues por lo que me dicen suelen promoverse algunos desbarajustes de padre y señor mío.
Muy probablemente allí encontremos más datos de un interesante caso que me narraron la otra noche sobre dos hermanos que residían aquí cerca y que trabajaban de troperos hacia el oeste. Parece que ambos convivían con una sola mujer pero sin consentirlo… ¡un caso raro!: partía uno con su tropa y el otro se quedaba, disfrutando el descanso. No sé qué sucedió en esta hipocresía aceptada, pero la cuestión que todo terminó en una trágica situación de sangre. Está muy atractiva… ¿no lo crees, Georgy?
Aguardo tu respuesta amistosa y espero con entusiasmo tu visita personal para compartir algunas horas de charla.
Te abraza y queda a vuestra entera disposición:
Arístides Consomé
R.S.V.P.       

lunes, 7 de marzo de 2011

UN CURSO DE VERANO…
El Licenciado Arístides Consomé tuvo una prolífica actividad a lo largo de su extensa vida, pero la lucidez y la contemporaneidad del siguiente artículo, aparecido en un pasquín infecto que cuestionaba el orden social y convocaba a la anarquía, provocaron —y aún provocan profunda controversia entre sus casuistas y hermeneutas—. No hay prácticamente piezas del Licenciado que analicen cuestiones del siglo XXI, y dada su avanzada edad es prácticamente improbable asignarle autoría a este breve texto, pero lo cierto e incontrastable por ahora es que entre sus gruesos bibliorato surgió un manuscrito cuya letra fue analizada por peritos calígrafos y perritos grafólogos que no pudieron desmentir ni negar la pertenencia al Licenciado Arístides Consomé. ¿Será de Dios que el Licenciado escribiera aun desde su sepulcro para proseguir en su tarea de echar luz sobre los ojos enceguecidos de la humanidad?

E
l Director de este panfleto no tuvo mejor idea —en vez de pagarme el aguinaldo— que mandarme a hacer un curso de capacitación, ¡en pleno enero! Ahí fui: Instituto Superior de Perfeccionamiento Humano, curso “La psicología aplicada a la vida”. Imagínese Ud., señor lector, lo que fue atravesar las calles de la ciudad a las tres de la tarde… Pero asumiendo mi abnegada cuota de entrega y sacrificio en pro del progreso y desarrollo de la Humanidad Occidental y Cristiana, ahí estuve las seis clases tomando mis apuntes. Hubo lecciones de todo tipo y para todos los gustos con asignaturas como: Psicología transversal, Lingüística cognitiva y de la otra, Propedéutica epistemológica y dispepsia, Virulencia social y televisión argentina, Metalurgia y herrería… En fin, una amplia variedad, de la cual hice mi síntesis personal y ofrezco aquí mi primer producto intelectual: un resumen de mi trabajo práctico final (aprobado por supuesto):

EL “DIUS” (DISPOSITIVO INTRAUTÓPICO-SOCIAL) Y EL SER HUMANO
La mujer y el hombre en las cuatro décadas
Dedicado al enólogo Arjona
Ha quedado en claro que la red social está rota y que no se consigue repuesto. Antes —recuerdo cuando niño— la familia sacaba la mesa a la vereda y allí cenaba buscando el refresco nocturno con total tranquilidad y familiaridad sociales. Durante la sobremesa entreverada de los mayores, los culillos jugaban de esquina a esquina hasta que las velas no ardían.
No había necesidad de pedirle una mano al vecino porque se descontaba que uno ya la tenía asegurada. Esta primera etapa de mi Lucubración Lujosa de hoy podría bautizarse con el nombre de una antigua conducta, ya extinguida desde hace años, y que en el diccionario aún figura —si bien como arcaísmo— con el extraño término de solidaridad. Según se cuenta, era común que un vecino cayera para ayudar en la melesca, un pariente se quedara el fin de semana colaborando con la instalación eléctrica, un amigo arrimara unos pesos para engordar el presupuesto exiguo… En fin, cosas que dicen. Es la época de las expresiones: amigazo, cumpa, gauchada, la barra (de la esquina, por ejemplo), una mano lava a la otra…, hacer una vaca, hoy por ti mañana por mí, dar una mano…
Luego ingresamos en una época caracterizada por una fuerte suba de la autoestima autónoma, independiente. El grupo y su valor le dieron paso al individuo y sus bienes. A esta segunda etapa, que se inicia levemente hacia mediados de los ´70 la podríamos bautizar con otra conducta, que no ha desaparecido como la anterior, pero que adquirió multipluralidad de formas y ha comenzado a declinar como Tarzán con gripe. Me estoy refiriendo por supuesto al individualismo, esa doctrina social que ya en los ´80 tomó perfiles singulares. Al calor del desarrollo social de la época ya la necesidad y demanda de delinear un perfil personal, propio y singular, algo que nos alejara del rebaño (a propósito: ¿conocen el chiste de la oveja cheta y el rebaño? Bueno se los cuento otra vez, porque si no el jefe me tira la bronca). Había que aprender a bailar a lo Travolta para tener estilo propio y sobresalir sobre la gilada, nacía el aerobic para moldear el cuerpo propio tan olvidado hasta ahora y de esa manera tener una silueta singular, se imponían los video-juegos (individuales, por supuesto) por sobre los de mesa (grupales, por supuesto), y sobre todo ya no importaban tanto los partidos políticos sino sus candidatos, los hombres y las (pocas) mujeres que se ofrecieran como postulantes. Es decir que el valor que antes residía en el grupo quedó ahora en el individuo. Es la época de las expresiones: el silencio es salud, no te metás, algo habrá hecho, loco, careta, transa, break dance, deme dos (1ª versión), persuadir, tirame las agujas, hacé la tuya, darse cuenta, hacete cargo…
Así las cosas hasta que llegaron los ´90 con su nueva impronta de relación social, y ahora el nombre clave para bautizar esta etapa es la conducta social conocida como el aislamiento. Intensificado el individualismo, cada uno agarró para su lado y se aisló del otro. Fuimos islas caminantes. En lugar de la radio nos calzábamos los walk-man, había que tener tu autito chico y picador, era imperioso hacer un viaje de placer (solito por supu), se imponía la filosofía del sálvese quien pueda, estaba de moda irse a vivir solo, se concretaba el negocio propio, se aspiraba a la jubilación privada, para hablarle al prójimo se divulgaban los teléfonos móviles (aunque lo tuvieras a tres metros de distancia), se promovía la desaparición de la nación, se divulgó la filosofía del zafe. Es la época de las expresiones: te conviene, nada se pierde con probar, alentemos la competencia, el que viene atrás te sopla la nuca, no podés quedarte/dejarme afuera, de qué ética me hablás?, deme dos (2ª versión), zafé justo, Fulanito la hizo bien…
Y bueno… ya estamos en el siglo XXI, por suerte tenemos otra realidad, totalmente diferente de este pasado atroz que nos tocó vivir. Ya no hay una conducta que defina la época, porque en realidad la palabra requerida expresa precisamente la ausencia de conductas: el autismo. Así es, el paso adelante que nos pedían en los ´90 lo hemos dado desde el aislamiento al aislamiento extremo, y eso está muy cerca de lo que hace el autista. Por supuesto que tiene sus ventajas: convencido de la riqueza de su mundo interior el argentino de hoy no tiene necesidad de entablar vínculo con el otro, encerrado en sí mismo y en su visión del mundo goza de una felicidad y alegría profundas, reducido su entorno a la franja de dos metros por donde transite desconoce la angustia existencial de una realidad que ofrezca tensiones, conflictos y contradicciones. Si la época de aislamiento podía graficarse con un archipiélago, donde cada isla era un argentino, ahora, en la época del autismo, la imagen sería parecida, pero sin el mar, sin el medio que podía poner en contacto una isla con otra. Ahora no hablamos por el celular, sino que mandamos mensajitos de texto, y con códigos tan personales que parecen mensajes cifrados de la segunda guerra mundial, chateamos con nombre falso y con desconocidos como para purgar la necesidad innata de comunicación, salimos de farra y en el mejor de los casos me traen a la casa pero no sé qué hice, con quién, cuándo, cómo, dónde, para qué y sobre todo ni sé quién soy hasta la tarde siguiente, adoramos a Charly pero no por su música sino porque anhelamos ver como se destruye en público. Es la época de las expresiones: mnmbbrna birra, ¡ha!, ¡berp…! je je…, drrupmm… nmmnllmjjrr jjrr jjrr, sí creshtina! Hic!, pdrrrmmm ¡pah! …la cebolla, ¡qué orto, mamá!, prendé prendé la tele que ya empezó tinelli, no boludo dejá a Susana, borráte hermano/a…
Por último no cerremos nuestra Lucubración Lujosa de hoy sin antes advertir que como este texto ha sido redactado en esta última etapa descripta es muy probable que por mi autismo no logre yo ponerla en contacto con otro, o bien esos otros merced a sus respectivos, propios y singulares autismos no descubran nunca la existencia de la misma, a pesar de tenerla frente a sus ojos.
Nos queda una cruel pregunta que hacernos, si la evolución histórica del argentino consistió en la derivación solidaridad à individualismo à aislamiento à autismo, como decía Pepe Biondi ¿qué nos deparará el destino?