Breve Biografía inútil

Arístides H. Consomé, nació circa ppios del inicio del siglo XX en pleno estío de alguna zona incierta del país. De niño cultivó el arte de la oratoria y algunos porotos en germinadores escolares. Joven aún, partió a la ansiada Metrópolis en busca de estudios superiores y minas. Accedió a los más altos niveles universitarios, sobre todo cuando sesteaba en la terraza del Rectorado.




Con entrega y otros condiscípulos, recibió finalmente la Licenciatura en Recursos de los Humanos en 1962, logro que festejó en la ciudad de La Plata conjuntamente con los hinchas de Gimnasia y Esgrima que habían obtenido el tercer puesto en el campeonato Oficial de Fútbol de Primera A.




La cátedra, la investigación, la palestra, la imprenta y el debate no lo tuvieron como actor destacado y enérgico. Su voz, nunca tan necesaria en la hora argentina de la desesperanza y el desasosiego, tiene hoy particular brillo, ritmo y esplendor si no por su verdad al menos por su apariencia,




Estas son algunas de las reflexiones y enseñanzas que el Licenciado ofrece a los desafortunados lectores

martes, 26 de abril de 2011

Newton mentís

Circa 1950 data este manuscrito del Licenciado Arístides Consomé, cuya publicación recién hoy alcanza dominio público. Su desconocimiento haya sido quizá la causa para que la Física y la Psicología continuaran sus avances técnicos y científicos sin tener en cuenta este planteo verdaderamente transformador del Licenciado, que propone una revolución copernicana en el mundo de la cultura occidental y cristiana. Tan es así que sus secuaces, a partir de estas ideas, han comenzado a hablar de "psicología de los objetos".

 Newton mentís
Los objetos no caen: se dejan caer; o lo que es más gráfico aún: ni bien pueden hacerlo, se tiran, se arrojan temerariamente. Daría la impresión de que, estando en reposo, las cosas inanimadas acumulan tensiones mecánicas que, una vez alterado ese estado, liberan al instante en una dinámica impensada e imprevisible.
La simple y cotidiana observación de estos fenómenos demuestra alarmantemente que el desplazamiento que trazan en esa liberación es más parecido al acontecimiento del corcho de un espumante que al de una piedra que se deja caer sin impulsos laterales.
Hace ya varios años, discutí este tema con un joven físico que está adquiriendo ahora cierto renombre, en ese entonces empleado de la Oficina de Patentes en Berna, Suiza, quien al compás de varios chops, analizaba mis observaciones a la luz de ciertas curiosas ideas suyas sobre un interjuego de espacios absolutos y espacios relativos. Poco comprendí en ese entonces, quizá por mi desconocimiento del idisch, mis limitaciones con el alemán, o por los efectos bacantes de la fermentación de la cerveza, pero al leer que se lo ha nominado para el Premio Nobel de Física y al recordar que no me desmintió en ningún punto de mi teoría, resultaría evidente que estoy en lo cierto.  
Si se coincide con estas conclusiones, estamos en condiciones de reprobar a Newton y sus tres leyes que, como toda regla o axioma consagrado por las Academias, llevaban además de su contenido pseudo-científico, la tranquilidad espiritual para el rey y sus lacayos. ¡Qué mayor calma espiritual y tranquilidad para los mortales que la confirmación, falsa y maliciosa, de que las cosas son cosas nomás y no pueden rebelarse! ¡¡Vaya coincidencia que este principio ultraconservador y conformista surgiera en plena época de pre-revoluciones y malestares sociales!!
Nos estamos refiriendo a un movimiento que no parte desde cero, sino que lleva en sí mismo y desde antes de su inicio fuerzas de diversa intensidad, según los casos y los objetos. El sinoísta que inventó el yo-yo intuía algo de esto, porque si Newton hubiera tenido razón sólo sería posible una figura del juego (ascenso/descenso del disco) y no toda esa variada gama que aprovechan la tendencia dinámica del objeto librado (paseando el perrito, la hamaca, el looping, guardado en el bolsillo, toma y daca, golpe de furca, etc.).
El frenesí de la jornada laboral y los compromisos y tareas familiares son las causantes de la inadvertencia de esta singular mecánica que estoy señalando y sobre la que estoy advirtiendo.
Pero, si con ánimo y hálito verdaderamente científico nos dedicamos a observar los sucesos de todos los días, tendríamos un vasto conjunto de datos para obtener mis mismas conclusiones:
  • Veamos, por ejemplo, el caso de la maquinita de afeitar: a quién no se le “cayó” desde la base del espejo este adminículo cortante, pero no en un breve desplazamiento hasta la misma jofaina del agua, sino en un salto olímpico de varios centímetros de modo que el artefacto finaliza, a veces hasta desarmado, en un rincón alejado dentro del baño, preferentemente detrás de otros artefactos sanitarios que dificultan su hallazgo y rescate; cuando no, en su interior. Más de una vez, hemos asistido a nuestros compromisos con el rostro mal rasurado, rogando su inadvertencia por parte de los otros, porque no hemos podido hallar la máquina…! ¿No es esto suficiente prueba de una voluntad maquinal? 
  • Otro caso similar ocurre con todo aquel mobiliario útil para el reposo sentado, pero especialmente son las sillas las que encabezan esta actitud cinética. No se sabe cómo, pero cuando nos ponemos de pie para interrumpir nuestra sentada, la silla que hasta hacia pocos instantes nos había sostenido dócilmente, e inclusive nos había ofrecido el placer del descanso cómodo, pega un salto vertiginoso hacia atrás, cayendo de espaldas —si las tuviera— y, agregando al fenómeno, el breve estruendo de la madera o el metal estallando contra el piso, desparramando por el mismo los objetos depositados en su respaldo: sacos, carteras, sombreros, etc. etc. ¿No es esto suficiente prueba de una voluntad maquinal? 
  • También hemos registrado acontecimientos de la misma índole con las llaves. Especialmente las de la puerta de casas, que le suman al extraño fenómeno cualidades particularmente fastidiantes, ya que el registro de observaciones efectuadas señala con marcada tendencia cuantitativa superior la opción de apertura de regreso al domicilio que las de salida, lo cual implica que los llaveros y sus integrantes vuelan de las manos de sus propietarios muchas más veces al tener que entrar a la casa, que al salir. Este contexto de ocurrencias, se caracteriza pues por la complicación que implica la combinación de datos correspondientes: altas horas de la jornada con poca luz para la visualización, entorno más difuso y heterogéneo que en el interior (baldosas, césped, pozos, plantas, escombros, tachos de residuos, escalones…), estado psicofísico del sujeto exportador de las llaves (cansancio laboral, hambre, sueño, ansiedad por entrar, etc.). aquí podría señalarse al fenómeno en sí mismo cierta dosis de perversión en su suceso. ¿No es esto suficiente prueba de una voluntad maquinal? 
  • Inclusive, ni siquiera las prendas de vestir escapan a las generales de esta ley, que aún no se ha escrito. Y son los gorros y sombreros quienes llevan la delantera en la promoción del hecho, muchas veces escudándose en agentes foráneos y propios del ambiente, como ráfagas presuntas o brisas instantáneas. Más de una vez hemos visto cómo saltaba al vacío y hacia atrás nuestro chambergo, creyendo que el viento lo había arrancado de nuestra mollera… Si en vez de concentrarnos en su rescate nos detuviéramos a mirar a nuestro alrededor comprobaríamos que ninguna hoja de ningún árbol se mueve, que el aire perdura estático como hielo aéreo… prueba y demostración irreversible de nuestra tesis: se disparó al vacío. De todo modos, no os aconsejo que lo experimentéis, pues un chambergo en el suelo suele ser llamativo juguete para los perros, y cuando alcancé el mío ya estaba inutilizado por las babas y mordeduras; afortunadamente, en una liquidación de Tiendas La Piedad logré reponerlo por 29,90 pesos moneda nacional. En fin, uno de esos sacrificios personales que nos impone el sacerdocio de la ciencia! ¿No es esto suficiente prueba de una voluntad maquinal? 
  • En fin, proseguir minuciosamente la descripción de estas acciones nunca consideradas hasta ahora sólo provocaría fatiga al lector, por ende señalemos rápidamente otras innúmeras situaciones cotidianas. Miremos qué sucede cuando en un copetín algún parroquiano desea ensartar una aceituna o cualquier otra grana varia con un palillo; detectemos qué sucede con el comportamiento de picos, martillos y mazas en las fabriles tareas y pongámonos a considerar los índices de mortandad laboral generados por su conductas, horrible y mortal en estos casos; fijémonos en cuán grácil y livianos son en sus saltos los tornillos, tuercas, clavos y arandelas que en el mismo sitio del caso anterior suelen salir de entre los dedos para jugar a las escondidas, generalmente en el peor momento y en el peor lugar. O acaso, nadie de los que esta advertencia lee fue despertado, en la noche y su silencio, por el alboroto de la caída de una biblioteca, estante o libro? Se cae, porque no pueden saltar, una pared y hasta un edificio; se cae un poste, un cartel, botellas, tablados, en fin… en nuestro país desde 1890 hasta cae la bolsa de comercio. ¿No es esto suficiente prueba de una voluntad maquinal?
 Como refuerzo cabría detenerse en aquellos objetos que son ajustados, apernados, aherrojados a un destino definido, y a pesar de todo resisten y rechazan la estática impuesta. Objetos con sostén, como cuadros, relojes de pared, puertas y ventanas, también se incluyen dentro de las cosas aparentemente inanimadas que desarrollan esta conducta saltarina, pero cuyas dinámicas difieren en cuanto a la estructura del propio sustentáculo. Sin viento posible, sin contacto con nuestras manos, allí están los marcos de óleos o retratos y cuadrantes horarios torcidos, en un primer intento por romper la fijación establecida. Permanentemente torcidos… por más corrección y ajuste que efectuemos estos colgantes parecen ser habitantes de un barco en su vaivén invisible. Cuando logran aflojar el clavito de apoyo, ¡zas, se cumple su deseo! Por supuesto que ventanas y puertas no pueden saltar pues sus goznes las atenazan a estructuras fijas como lo son las paredes, pero se las ingenian para efectuar movimientos desapercibidos que son producto de esta conducta móvil y acróbata, no sería la primera vez que oímos de puertas que se abren, o ventanas que se cierran de un golpe sin ningún motivo externo que lo justifique. Está visto que cada ente tiene un estilo de caída o de desplazamiento coherente con su naturaleza o con alguna cuestión que no hemos podido desentrañar por ahora, hemos hablado de salto al vacío, de desplazamiento, de inclinación, de vaivén, de desmoronamiento intenso (paredes, p. ej.) o leves (especialmente en telas y equivalentes).
Por último, es evidente que existe una voluntad maquinal que los humanos desconocían hasta hoy, y de cuyo cuidado y plan de exterminio han sido avisados en este breve tratado.



   
 

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